Imagina que el sol te acaricia la cara con esa luz dorada tan especial de Lisboa. Sientes una brisa suave, constante, que viene del río, trayendo un olor salino y fresco, casi como si el Atlántico estuviera susurrándote al oído. Estás en un lugar amplio, moderno, donde el sonido de los pasos se pierde un poco en la inmensidad del espacio abierto. Levantas la cabeza, y aunque no puedas verla, sientes la presencia de algo enorme, que se eleva, liso y frío al tacto si acercaras la mano, como una columna de acero y cristal que roza las nubes. Es la Torre Vasco da Gama, y te rodea una sensación de quietud y de expectación a la vez.
Ahora, entras en el ascensor. Es rápido, sí, pero no brusco. Sientes un leve zumbido, casi imperceptible, y una presión muy suave en los oídos que te indica que estás subiendo, y muy deprisa. La sensación es la de deslizarte sin esfuerzo, como si el suelo se alejara de ti sin que te des cuenta. En un instante, todo lo que sentías abajo –el murmullo de la gente, el sonido de los coches lejanos– se atenúa, se convierte en un eco distante. Es un ascenso tranquilo, casi como levitar.
Un soplo de aire fresco te golpea al salir. Aquí arriba, la brisa es más fuerte, más constante, y te envuelve por completo. Sientes la inmensidad del horizonte, la amplitud del cielo sobre ti. El sonido de la ciudad se ha transformado en un susurro lejano, un suave murmullo que apenas interrumpe la paz. Puedes oler el río de una forma más pura, más abierta, mezclado con ese aire limpio de la altura. Es como si el mundo se hubiera encogido a tus pies, y tú fueras una pequeña parte de un paisaje gigantesco.
Una vez arriba, lo que haces es simplemente *estar*. Hay un mirador amplio, que te permite sentir el espacio abierto a tu alrededor. Puedes moverte con libertad, sentir el aire en diferentes ángulos. Hay una cafetería-bar, así que puedes pedir algo, sentir el calor de una taza entre tus manos mientras te tomas un momento. Es un lugar para relajarse, para absorber la inmensidad, no para correr de un lado a otro. Siéntate, respira hondo y deja que la altura te envuelva.
Al bajar, la sensación es igual de suave. Una vez de nuevo a nivel del suelo, estás en el Parque das Nações, una zona muy moderna y abierta. Puedes seguir paseando junto al río, sentir el pavimento liso bajo tus pies y escuchar el chapoteo del agua si te acercas a la orilla. Hay muchos restaurantes y tiendas cerca, por si te apetece comer algo o estirar las piernas. Es un buen punto de partida para explorar esta parte más contemporánea de Lisboa.
Olya from the backstreets