¡Hola, aventureros del alma!
Llegar a Ganden es como ascender a otro mundo. No es solo un monasterio; es una experiencia que te envuelve, que te hace sentir pequeño y, a la vez, inmensamente conectado. ¿Te has preguntado dónde capturar esa esencia, ese momento perfecto que te deje sin aliento y que te haga sentir la inmensidad del Tíbet? Hay un lugar, casi al final del kora exterior, donde todo confluye. Es ahí donde la montaña te habla y el monasterio se revela en toda su majestuosidad.
Imagina que tus pies ascienden por un sendero de tierra y pequeñas rocas sueltas, sintiendo la inclinación gradual bajo las suelas de tus botas. El aire se vuelve más frío, más puro, con un ligero aroma a hierbas secas y, a veces, una nota sutil de incienso que viaja con el viento desde los salones de oración. Estás en el Kora de Ganden, el circuito de peregrinación que rodea el monasterio. No busques el punto exacto en un mapa, confía en tus sentidos. Lo sentirás. Hay un tramo, justo después de pasar una de las grandes estupas blancas con forma de cúpula que parecen faros en la montaña. Escucha el susurro incesante de miles de banderas de oración, sus hilos trenzados por el viento como una sinfonía constante. Si estiras la mano, podrías sentir la aspereza de la roca de la montaña a tu derecha, o la tela fría y vibrante de una bandera. A tu izquierda, la montaña se desploma en un valle inmenso, y aunque no puedas ver la inmensidad, sentirás el vacío, la apertura, el espacio que se extiende hasta el horizonte. Es justo ahí, donde el viento te golpea con más fuerza, donde el sonido de las banderas es más envolvente, y la sensación de estar en la cima del mundo es abrumadora. Este es el punto. Delante de ti, el monasterio se despliega como un mapa en miniatura, sus tejados dorados brillando, sus muros blancos aferrándose a la ladera.
Para capturar la esencia de ese lugar, busca la primera luz de la mañana. No me refiero al amanecer exacto, sino a las horas que siguen, cuando el sol empieza a besar los picos y los tejados dorados de Ganden. La luz es suave, cálida, y pinta las montañas con tonos ocres y dorados que te harán sentir la magia. El aire es más nítido, los sonidos más definidos, y la paz es casi palpable antes de que lleguen las multitudes. Por la tarde, la luz también es hermosa, pero el viento puede ser más intenso, y la atmósfera más dramática, casi cinematográfica. Un consejo práctico: la altitud aquí es considerable, estamos a más de 4.000 metros. Camina despacio, respira hondo y mantente hidratado. Lleva capas de ropa; el tiempo cambia en un instante de sol a nubes o viento gélido. Y, por favor, sé respetuoso. Este no es solo un paisaje bonito, es un lugar sagrado para miles de personas.
Mientras haces el kora, notarás que muchos peregrinos recitan mantras o giran sus ruedas de oración. No es necesario que te unas si no quieres, pero permite que su devoción te envuelva. Es una energía contagiosa, de esas que te hacen sentir parte de algo mucho más grande. Si te acercas a las paredes del monasterio, sentirás el calor que irradia la piedra por el sol, y a veces, una leve vibración del canto de los monjes desde el interior. Si tienes la oportunidad, entra en alguno de los salones de oración. El aire es denso con el olor a mantequilla de yak y a incienso, y el murmullo de las oraciones te envuelve como un manto. Es una experiencia completamente diferente a la de los exteriores, más íntima y profunda. No te apresures, deja que el lugar te hable.
Olya from the backstreets.